Episodio 129: Borrar el nombre de la Iglesia, una historia

El caso de Norman Hancock

Por Lavina Fielding Anderson

El caso de Norman Hancock
Lavina Fielding Anderson

Introducción

Desde 1989, a los miembros de la Iglesia que deseen renunciar o irse de la misma se les da la opción de que sus nombres sean borrados de los registros bajo petición. Antes de 1989, aunque los miembros que decidían irse podía solicitar que se eliminaran sus nombres, el proceso requería la convocatoria de un tribunal y el juicio de “excomunión”, a pesar de que el anuncio público “solo debe indicar que su nombre ha sido eliminado de los registros de la Iglesia a petición suya”.[1] Por lo tanto, los miembros que decidían irse eran obligados a soportar el proceso humillante y contradictorio de la excomunión que implicaba conducta inapropiada, por el hecho de haber sido excomulgados, y que, mientras se aceptaba la solicitud, se les comunicaba que su simple decisión personal no era válida a menos y hasta, que fuera validada institucionalmente.

El actual Manual General de Instrucciones (marzo de 1989, 8-4) crea un procedimiento administrativo que no requiere la convocatoria de un tribunal de la Iglesia, ni etiqueta al miembro saliente como un transgresor. El “miembro adulto” debe enviar al obispo de su barrio una solicitud por escrito para que su nombre sea borrado de los registros de la Iglesia. El obispo debe entonces (1) convencerse de que el miembro entiende que con tal acción “se cancelan los efectos del bautismo, se retira el sacerdocio en el caso de que el miembro sea un varón, y suspende los sellamientos en el templo y las bendiciones” y (2) decidir si cabe la posibilidad de que el miembro sea disuadido”. Se completa un formulario de “Acción Administrativa” y lo reenvía con la letra del miembro al presidente de estaca. El presidente de estaca revisará los documentos y, si está de acuerdo, el obispo tiene que enviar al miembro una carta en la que se indica que se tomará la acción deseada si el miembro no hace una solicitud por escrito “para que la solicitud sea rescindida” dentro de los siguientes treinta días. Al final de los treinta días, el presidente de estaca enviará los documentos a la oficina de la Primera Presidencia. El manual no contiene ninguna disposición para confirmar que se ha tomado la acción, ni dice lo que el presidente de la estaca debe de hacer si no “está conforme”.

Si más de un miembro de una misma familia desean salir, sólo es necesario un documento; si un miembro de más de ocho años, pero menor de edad, desea ser borrado, su carta de solicitud debe estar firmada por “el padre, padres, o tutores”.

La solicitud del miembro se anulará “si un obispo o presidente de estaca está considerando llevar al miembro ante un consejo disciplinario. ... El borrado del nombre no debe utilizarse como sustituto o alternativa para la excomunión o desarraigo”. Fue bajo esta disposición que Paul A. Hanks, presidente de la Estaca de Salt Lake se negó a reconocer la declaración de la autora feminista y editora Maxine Hanks (sin relación estrecha) en septiembre de 1993, quien había renunciado a la Iglesia; él le había notificado para que asistiera a un consejo disciplinario que se había convocado para examinar los cargos de apostasía contra ella; la resolución de éste consejo fue la excomunión.

Hay tres puntos en las normas que se pueden utilizar para atormentar a los miembros en el proceso de salir de la Iglesia si sus líderes eclesiásticos son insensibles y/o represivos. En primer lugar, aunque el obispo y/o presidente de estaca no estén “considerando” medidas disciplinarias, la solicitud de un miembro puede desencadenar en una búsqueda de los motivos por los que el miembro lleva a cabo dicha acción. Sandy Stone, de Salt Lake City, después de varios años de inactividad, tomó la decisión de desafiliarse formalmente a principios de 1998 debido a que ya no quería que la Iglesia la contase entre sus 10 millones de miembros. Cuando habló personalmente al obispo del barrio al que se había mudado recientemente, él le dijo, “Tiene que decirme el último barrio en el que estuvo activa. Tengo que ponerme en contacto con el obispo de allí para asegurarme de que no está huyendo de medidas disciplinarias”.

En segundo lugar, ya que la Acción Administrativa requiere de una “razón” para el descontento, al obispo se le da una herramienta administrativa con la cual investigar la evidencia, si desea utilizarla. La mayoría de los miembros que desean salir de la Iglesia no se dan cuenta de que pueden no proporcionar ninguna información en absoluto o solamente proporcionar una declaración general, tal como, “Ya no quiero ser un miembro de la Iglesia”.

En tercer lugar, debido a que no se ha provisto de una manera de confirmar que el nombre de la persona, se haya eliminado realmente, a veces se deja al individuo en una incómoda posición (1) dejándole sólo suponer que los líderes eclesiásticos han tomado las medidas de acuerdo a las normas. De hecho, algunos líderes se han negado a actuar sobre estas solicitudes durante semanas e incluso meses; o (2) requieren a un oficial eclesiástico, con el cual el individuo puede no desear ningún otro contacto, para pedirle confirmación. El obispo de Tony West parece haber sido una excepción, pues en la misma carta en la que se le informó sobre su opción de rescisión se le aseguró que su nombre había sido borrado. (Ver “Your Church”, pp. 147-49).

Un punto final de acoso potencial es que el obispo o presidente de rama “en algunas circunstancias puede necesitar ... anunciar que el nombre de una persona se ha eliminado de los registros de la Iglesia”. La política no indica cuáles serían estas circunstancias. Una referencia cruzada a la Sección 10-9 (“Consejos Disciplinarios”) tampoco lo aclara. Dice únicamente que “si la autoridad presidente llega a la conclusión de que un anuncio es necesario” en caso de una retirada voluntaria, “el anuncio debe limitarse a afirmar que la acción fue tomada a petición de la persona y no se debe utilizar la palabra excomunión”. Por lo tanto, incluso una salida sin oposición puede castigarse públicamente con un anuncio que sin duda causará especulación e invitará al juicio.

La posibilidad de una “retirada digna” o “renuncia de principios”, como varios mormones han llamado la eliminación de sus nombres de los registros, se debe en gran parte a la influencia de un hombre, Norman Hancock de Mesa, Arizona, que demandó a la Iglesia por 18 de millones de dólares en 1985 por no permitirle renunciar voluntariamente. La siguiente edición del Manual General de Instrucciones después de la resolución del precedente Hancock, incluye las disposiciones descritas anteriormente para la renuncia voluntaria.

Norman Hancock

Cuando algo es injusto, sientes que tienes que hacer algo.
-Norman Hancock

En 1985, cuando se produjeron los hechos, el Manual General de Instrucciones para los obispos y presidentes de estaca no permitía la renuncia. Si alguien pedía que su nombre fuera borrado de los registros de la Iglesia, el único medio para lograrlo era un tribunal cuyo resultado era la excomunión. El manual indicaba que un tribunal solo debía llevarse a cabo si “pacientes esfuerzos para disuadirle no tienen éxito”. La citación a este tribunal “no implica acusaciones de mala conducta”. El tribunal debe de tener en cuenta “toda la correspondencia y evidencia relevante en relación a los intentos de persuadirle a permanecer en la Iglesia... Si los miembros del tribunal comprueban que todos los esfuerzos posibles se han agotado, la solicitud debe ser concedida”. La carta que informa a la persona de tal acción “no debe incluir la palabra excomunión” ni debe realizarse ningún anuncio público. La carta “sólo debe indicar que su nombre ha sido eliminado del registro de la Iglesia a petición suya”. Aun así, en la cédula de miembro enviada a la sede de la Iglesia, “la palabra ‘excomulgado’ aparece en rojo en la parte superior”.[2]

Norman L. Hancock nació y creció siendo mormón.[3] Su tatarabuelo, Solomon Hancock, fue uno de los primeros conversos a la Iglesia y murió en Winter Quarters. Norman había crecido en Safford, una de las antiguas ciudades mormonas de Arizona. En 1983, él tenía cincuenta y tres años de edad, se había graduado de la Universidad Brigham Young, y había enseñado en las escuelas primarias de Mesa durante veinte años. También había establecido una compañía de inversiones personal unos años atrás como una actividad paralela, pero se había vuelto tan dinámica y le consumía tanto tiempo, que decidió retirarse de la enseñanza, lo que hizo en agosto de 1983, y dedicarse a tiempo completo al negocio.

Él y su esposa, Muriel G. Hancock, eran los padres de seis hijos, de edades comprendidas entre los dieciocho y los treinta y un años. Toda la familia estaba activa en la Iglesia y Norman habían servido en una variedad de posiciones. De hecho, Muriel había sido la presidenta de la Sociedad de Socorro entre los años 1988-1991 (“la mejor presidenta de la Sociedad de Socorro que han tenido”, dice Norman con cariño), mientras que Norman era secretario ejecutivo de barrio. Fue relevada cuando Norman fue llamado como consejero en el obispado donde sirvió desde 1981 hasta 1983.

Una de las parejas jóvenes del barrio estaba experimentando dificultades en su matrimonio; la esposa, Lisa Nichols (un seudónimo), fue presidenta de las mujeres jóvenes y había buscado consejo en Norman ya que su matrimonio se estaba deshaciendo lentamente. Incluso después de que fuera relevado a principios de 1983, ella todavía lo llamaba cuando estaba profundamente preocupada. “Muriel lo sabía todo y estaba muy contenta de que yo pudiera ayudar”, recuerda Norman. “Yo sabía que no era una buena idea reunirme a solas con Lisa, y me cité con ella en un restaurante en una ocasión. En retrospectiva, no fue una muy buena idea por mi parte, pero esto también demuestra que no estaba saliendo a escondidas para realizar reuniones secretas”. Aun así, circularon rumores acerca de ellos.

El 1 de noviembre de 1983, fue convocado para asistir ante el sumo consejo de la Estaca de Mesa del Norte el 6 de noviembre “para investigar su supuesta conducta en la violación de la ley y el orden de la Iglesia”. El significado de estas vagas frases, como supo en el juicio, era que se había “relacionado inapropiadamente” con Lisa Nichols. El admitió enseguida la relación, pero negó las acusaciones, y el Sumo Consejo no presentó ninguna evidencia de conducta inadecuada. “No fui insolente,” dice Norman. “Cooperé. Respondí a todas sus preguntas durante una hora y media y nadie tenía ninguna evidencia de cualquier tipo contra mí. Si hubiera habido siquiera una pizca, me habrían excomulgado en el acto. Tenían la reputación de ser muy despiadados. De hecho, mi obispo me dijo, ‘yo sé que eres inocente, Norman. Esta es la primera vez que han llevado a cabo un tribunal y no han excomulgado a nadie”.

Incluso sin pruebas, el tribunal del Sumo Consejo lo suspendió de derechos por conducta no cristiana”. Una carta firmada por la presidencia de estaca (Duane Beazer y sus consejeros David L. Roberts y Ross N. Farnsworth) le informó de la decisión y continuó:

La suspensión significa que usted es un miembro de la Iglesia, pero se le niegan muchos de los privilegios de los miembros. Puede continuar con el pago del diezmo y otras contribuciones.

Sin embargo, usted no tendrá el derecho de hablar u ofrecer oraciones, tomar la Santa Cena, sostener o votar en contra de los oficiales de la Iglesia, participar de ninguna manera si asiste a las Reuniones del Sacerdocio, ni de tener una recomendación para el templo, ni de tener ningún llamamiento en la Iglesia, ni asistir a cualquier reunión de oficiales de la Iglesia. Sin embargo, usted puede asistir a las reuniones dominicales y a las sesiones públicas de la conferencia, siempre que su conducta sea ordenada, pero no podrá participar activamente en dichas reuniones. Se le anima a seguir usando los gárments del templo.

Usted tiene el derecho de apelar esta decisión a la Primera Presidencia dentro de los 30 días siguientes si considera que la decisión no es justa y tal apelación debe ser presentada por escrito al oficial presidente del tribunal que tomó la decisión.

Le aconsejamos que evite cualquier forma de asociación indebida con Lisa Nichols, como la que causó que este tribunal fuese convocado. Su asociación continuada puede conducir a la excomunión.

Le invitamos sinceramente a que tome las medidas apropiadas que le lleven al arrepentimiento; y si continúa hacia el completo arrepentimiento, usted podrá en el momento apropiado, solicitar volver a ser un miembro de pleno derecho en la Iglesia de nuevo y será más que bienvenido. Cuando esté listo, debe solicitarlo al obispo del barrio en el que reside, y él a su vez obtendrá la aprobación del tribunal del Sumo Consejo de la Estaca.

Recuerde, los tribunales de la Iglesia son tribunales de amor y redención, no de represalia, y nuestro único propósito es ayudarle a poner su vida en orden y que se fortalezca en su búsqueda de la exaltación.

El mismo tribunal también suspendió de derechos a Lisa después de dos horas de “acribillarla a preguntas, tratando de conseguir que confesara a algo”.[4] Norman se sintió profundamente herido al ser suspendido. Muriel recuerda que “él sufrió tanto que estuvo en cama durante una semana”. Aun así, tuvo la determinación de aceptarlo y afrontarlo. A pesar de que “me hicieron sentir mal al no aceptar mi palabra de que no había pasado nada, pude ver que pensaban que la asociación en sí había sido peligrosa y podía conducir a algo peor. Podía entender su punto de vista, aunque ellos no entendían el mío”. Norman apreciaba su matrimonio en el templo y a su familia. Tenía un fuerte testimonio de los principios del Evangelio. Estaba orgulloso del fuerte compromiso religioso de sus hijos. La relación amorosa que recibía de sus hijos, y sobre todo el apoyo incondicional de Muriel, le determinaron a aceptar la suspensión y a trabajar para su reincorporación.

Antes del tribunal, Muriel, según sus propias palabras, había “esperado que todo el asunto en cierto modo pasaría al olvido”. Había visto la irritación y la frustración de Norman cuando los acontecimientos se precipitaron hacia el primer tribunal, “pero yo no había estado involucrada”. Ella estaba fuera de la ciudad, ayudando a su hija tras el nacimiento de su bebé, cuando se llevó a cabo el tribunal. Regresó al final de la semana y tuvo que enfrentar el hecho de el asunto no iba a pasar al olvido. “Norman me había dicho que no había hecho nada impropio, y yo le creía. Si hubiera hecho algo malo, él sería el primero en decirlo y cambiar. Es un hombre honesto, un buen hombre. Así que por supuesto le creí. Y vi esa angustia como resultado de aquel tribunal”.

Irónicamente, fue la falta de voluntad del presidente Beazer a aceptar la buena fe de Hancock, que llevó a la crisis. En los meses siguientes, a Hancock le hizo gracia al principio, pero después sintió indignación, cuando descubrió que un vecino estaba vigilando su casa, controlando sus idas y venidas, y preguntando a otros vecinos acerca de su paradero. Varias veces, escuchó un extraño ‘clic’ en su teléfono e incluso se preguntó si su línea había sido intervenida. Finalmente se enfrentó a este vecino y le exigió saber por qué estaba haciendo preguntas. El hombre murmuró algo acerca de un “llamamiento especial” del presidente de estaca, pero no dijo nada más. Norman insistió, “Si tiene preguntas sobre mí, hágamelas a mí no a los vecinos o a mis hijos”. El vecino acto seguido le hizo una pregunta acerca de sus actividades. Norman respondió rápidamente, “No es asunto suyo. ¿Siguiente pregunta?” También advirtió a aquel vecino que cualquier fisgoneo adicional en sus actividades podría dar lugar a una demanda por difamación. La irritación de Norman aumentó cuando vio el coche de Lisa estacionado frente a la casa del vecino una noche durante dos o tres horas. Se enteró de que el vecino había estado “acribillando a preguntas” a Lisa acerca de sus movimientos e intenciones”. Los asuntos de Lisa no eran en realidad sus asuntos”, señaló. “Ella no era su vecina. No tenía ningún tipo de llamamiento eclesiástico. Sólo estaba husmeando para el presidente de estaca”.

Entonces, en febrero de 1984, el presidente Beazer, llamó a Norman de nuevo y lo acusó de “asociación impropia”.

Triunfalmente declaró, “Tenías a Lisa a cenar en la noche tal y tal cuando tu esposa estaba fuera de la ciudad”.

Norman parpadeó con sorpresa, y luego explicó: “No, Lisa se dejó caer para dejar unos papeles. Mi sobrino y su amigo estaban allí y estábamos cenando. Le ofrecí una ensalada. Un vecino pasó por allí mientras estábamos los cuatro. Ella se fue antes que mi sobrino y su amigo. Nunca estuvimos solos”.

La cara del presidente Beazer enrojeció. Se dio la vuelta, cogió el teléfono y llamó al miembro del barrio que había venido, y le dijo en tono desafiante: “¿Estaban allí el sobrino de Norman y otro hombre? ¿Estaban? ¿Por qué no me lo dijiste? Esta es una información muy importante”. Colgó y se dio la vuelta, obviamente, molesto al haber actuado con información incompleta.

¡Cuando Norman agregó, “¡Y me debes una disculpa, maldita sea”, el presidente Beazer explotó vengativamente, “Te voy a excomulgar de todas formas!”

Norman salió de la reunión echando humo. “Aquí los tienes. Ellos tienen todo el poder. Ellos pueden arruinar tu nombre y tu reputación. La verdad está de su lado. Tu tienes razón y él está equivocado, pero no importa porque él tiene el poder. Los hechos no importan. Nada va a hacer que la Iglesia retroceda”. Teniendo en cuenta el hecho de que él ya había sido castigado a pesar de su declaración de inocencia y la ausencia de cualquier prueba en su contra, Norman confiaba en que un segundo tribunal resultara más justo que el anterior. La entrevista con Beazer fue la última gota que colmó el vaso. Él y Muriel hablaron sobre sus opciones.

Norman había estado sirviendo en el obispado a principios de 1983, cuando un hombre de la localidad, Clyde Harmon, solicitó la excomunión por razones doctrinales. Harmon estaba en la reunión dominical de su propio barrio, cuando se leyó la carta anunciando su excomunión “por apostasía, a petición propia”. Se había puesto de pie, sin vergüenza, durante el anuncio. A pesar de que Norman no conocía Clyde por aquel entonces, tenían un amigo en común, Don Crandall, con el que tuvo una serie de conversaciones. Sintió pesar cuando Don también pidió la excomunión a finales de 1983. Los miembros del sumo consejo le preguntaron sus razones, asumiendo que él también tenía diferencias doctrinales con la Iglesia, pero él simplemente respondió: “Eso es asunto mío”. A Norman se le asignó leer la carta en la reunión del sacerdocio anunciando la excomunión de Don y lo hizo muy a su pesar.

A pesar de que no estaba de acuerdo con los dos hombres y sintió que sus excomuniones no eran necesarias, admiraba su valor y su dignidad. “Yo los busqué, quería saber qué hacer en un caso como éste,” Era diferente al saber que había personas que habían sobrevivido a la misma. Ellos dijeron: “Va a cambiar tu vida, Norman. ‘ Les dije: ‘Ya ha cambiado. Ser acusado falsamente y castigado por algo que no hice, ha cambiado mi vida”.

Norman decidió renunciar, pero fue una decisión dolorosa. John, su hijo más joven, se estaba preparando para su misión en Taiwán. Muriel decidió renunciar también. Aunque la cuestión de la injusticia hecha a su marido era importante, una razón aún más importante era su fuerte amor por su familia. “La única manera de preservar y enriquecer nuestro matrimonio era estar juntos todo el camino”, explicó. “Yo sabía que, si me quedaba en la Iglesia y el se iba, sería poner un distanciamiento entre nosotros. Habíamos criado a nuestros hijos juntos en la Iglesia, que es donde estaban, y ahí es donde queríamos que estuvieran, pero no podía dejar que hiciera esto por sí solo. Sé que hay mujeres que han continuado sin sus maridos y que ellos finalmente han vuelto. Eso está bien para ellos. John, nuestro hijo misionero, me dijo,’ Mamá, la Iglesia debe ir antes que la familia’. Le dije: ‘No, siempre me han enseñado que la familia es lo primero.’ Estaba convencida de que la única manera de preservar la familia era aguantar hasta el final con Norman. Nuestro hijo incluso fue a nuestro obispo y le preguntó qué era lo primero, y el obispo le dijo que la familia. John regresó y se disculpó. Mucha gente me dijo que iba a perder a mi familia. Yo no lo sentía así. Mi sensación era que mi familia era tan fuerte que nunca la iba a perder, siempre y cuando nos mantuviéramos unidos”.

La decisión de Muriel, como se vio después, sorprendió a la familia y al barrio mucho más que la de Norman. “Todos nuestros hijos nos llamaron, uno tras otro, durante todo el día”, recordó. “Ellos me hablaron y me dijeron todo lo que se les ocurrió. Y entonces hablaron con Muriel. Hicieron todo lo que se les ocurrió. Ella nunca cambió de opinión. Nunca se enojó. Nunca vaciló”.

Junto Norman y Muriel escribieron una corta y digna carta el 28 de febrero de 1984, pidiendo que sus nombres fueran borrados de los registros de la iglesia:

Estimado Presidente Beazer,

Solicitamos que nuestros nombres sean borrados de los registros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Nuestras razones son de carácter personal y se mantendrán de esa manera. No tenemos amargura ni rencor en contra de ninguna persona y deseamos continuar siendo amigos de todos. La decisión de abandonar la Iglesia ha sido cuidadosamente pensada.

Nos gustaría que esto se haga tan pronto como sea posible y con la menor cantidad de personas involucradas. Solicitamos que cualquier anuncio que se haga al respecto, haga hincapié en el hecho de que nosotros solicitamos la retirada de nuestros nombres de la Iglesia.

El presidente Beazer les llamó a un tribunal el 4 de marzo de 1984, dando a los Hancock sólo veinticuatro horas de antelación. Norman y Muriel asistieron y ambos fueron interrogados por separado. Después de que Muriel fuera interrogada durante una hora, se sintió descorazonada al oír decir al presidente Beazer, “No vamos a borrarte de los registros. Es necesario que transcurra un mes para tomar esta decisión”. Llamaron a Norman y le dijo, “Creemos que tu esposa debe permanecer en la Iglesia un mes más”.

Norman miró a Muriel, “¿Es esto lo que quieres?”

“No”, respondió frustrada. “Quiero salir de la Iglesia contigo”.

Recordó que Norman dio un puñetazo sobre la mesa y dijo: “Déjala salir ahora”.

Eso puso fin a la discusión.

La experiencia de Norman fue igualmente frustrante y aún más agotadora. Comenzó de forma distendida cuando bromeó: “Bueno, tengo buenas y malas noticias. La buena noticia es que se me van a perder de vista. La mala noticia es van a perder al mejor miembro hayan tenido -mi esposa”. El obispo de Norman y Muriel asistió como testigo a favor de Norman dijo, “Norman el mejor consejero que he tenido. Todo el mundo lo ama”.

“Sí”, bromeó Norman. “Es por eso que estoy aquí”.

A partir de ahí, todo fue a peor. Durante el tribunal, el presidente Beazer acusó a Norman de conducta inmoral y continuó con denuncias detalladas y sórdidas que básicamente se reducían a rumores, chismes e insinuaciones. El vecino apareció como “testigo” - “pero él no tenía nada que “testificar” porque no había pasado nada”, recordó Norman. “Le pregunté qué para quien estaba haciendo esto. El miró de reojo al Presidente Beazer y no respondió”. Varios miembros del Consejo Superior se sorprendieron de que el vecino hubiera estado observando a Norman, “acosándole”. Cuando Norman le preguntó directamente si él había hecho de “espía” para el presidente de estaca, el vecino no respondió.

Norman insistió en dos puntos: En primer lugar, él no había hecho nada malo, y las acusaciones en su contra eran falsas. En segundo lugar, como él mismo dijo a un reportero: “Les supliqué durante una hora y media que no había hecho nada malo, que todo lo que yo quería era una solo cosa: salir”. Norman fue excomulgado “por la violación de la ley y el orden de la Iglesia, por no cumplir con las condiciones del tribunal anterior, y conforme a su petición”. El nombre de Muriel fue “eliminado de los registros de la Iglesia como solicitaste”. Una carta en este sentido fue entregada en la casa por dos miembros del sumo consejo. El resto de la carta decía:

Esta [excomunión] significa que usted ya no es un miembro de la Iglesia y que se le niegan todos los privilegios de los miembros, incluyendo el uso de las prendas del templo, el pago del diezmo y otras contribuciones. Es posible, sin embargo, si así lo desea, efectuar los pagos a través de un miembro de su familia directa que sea miembro de pleno derecho de la Iglesia, siempre y cuando todos los recibos estén a nombre del miembro de la familia.

Usted no tendrá derecho a hablar u ofrecer oraciones públicas, tomar la Santa Cena, sostener o votar en contra de los oficiales de la iglesia, tener una recomendación para el templo, ejercer ningún llamamiento en la Iglesia, o asistir a cualquier reunión de los oficiales de la Iglesia. Puede, sin embargo, asistir a las reuniones dominicales, a las sesiones de la conferencia general que siempre que su conducta sea ordenada, pero no puede participar activamente en dichas reuniones.

Usted tiene el derecho de apelar esta decisión a la Primera Presidencia en el plazo de treinta días, si siente que la decisión no es justa, y tal apelación debe ser presentada por escrito al presidente del tribunal que tomó la decisión.

Sinceramente invitamos a que tome las medidas adecuadas que le lleven al arrepentimiento; y si continúa en ese camino hacia el arrepentimiento completo, podrá, en el momento apropiado, solicitar su readmisión en la Iglesia de nuevo y será más que bienvenido.[5]

Le aconsejamos que se desvincule por completo de toda asociación con Lisa Nichols.

Cuando esté listo, deberá solicitarlo al obispo del barrio en el que reside y después obtener la aprobación del tribunal del sumo consejo de esta estaca. También se requerirá la aprobación de la Primera Presidencia de la Iglesia.[6]

Recuerde, los tribunales de la Iglesia son tribunales de amor y redención, no de represalia, y nuestro único propósito es ayudarle a poner su vida en orden y que se fortalezca en su búsqueda de la exaltación.[7]

Fue firmado por la presidencia de la estaca al completo: Duane Beazer, David L. Roberts, y Ross N. Farnsworth.

Norman estaba muy enojado por lo injusto de tal acción. Además del grado de injusticia al haber sido juzgado culpable cuando en realidad era inocente y en ausencia de cualquier prueba, se sintió profundamente “menospreciado” al no serle permitido el retirarse de la Iglesia de una manera digna. “No había vuelto a la iglesia desde que había sido suspendido de derechos”. Yo no estaba allí discutiendo con nadie ni causando alboroto o tratando de hacerles las cosas difíciles. Y no quería pasar por su maldito procedimiento. Quería salir. Si un perro camina a lo lejos, mi perro no le ataca. Pero en esta vez, ellos estaban saltando sobre mí cuando me estaba marchando. Es lo que los acosadores hacen en el patio del colegio”.

Fue difícil para Norman creer que la Iglesia a la que su familia había pertenecido durante cinco generaciones podía actuar tan injustamente, y su desilusión fue profunda. No había sido ingenuo en cuanto a la Iglesia. “Yo sabía que los líderes eran humanos. No dejé que eso me molestase. Yo sabía que las personas cometen errores. Yo sabía que no era perfecto. Y yo no era un chico impetuoso. Había estado en la Iglesia toda mi vida. Simplemente no dejé que esas cosas me molestasen. ‘Sigue adelante y todo irá bien’ (‘Go along andget along.’, no sé como traducirlo mejor). Ese fue mi lema”.

Fue debido a sus profundas convicciones religiosas que pensó que a la injusticia no se le debía permitir permanecer. Norman había conocido personalmente a personas que habían tenido ataques de nervios después de haber sido excomulgados e incluso un par de casos en los que la persona excomulgada, incapaz de soportar la vergüenza de la excomunión, junto a la culpa original de su mala acción, se habían suicidado. Uno de ellos era un primo suyo que había sido excomulgado por “problemas morales”. Ni el obispo ni el presidente de estaca mostraron ningún interés en orientarle o ayudarle para que se reincorporasen. Llegó a estar tan deprimido y con pensamientos tan suicidas que Norman y otro primo suyo se quedaron con él día y noche durante dos o tres días hasta consiguieron ingresarlo en un hospital psiquiátrico privado. Se escapó, y su familia alarmada lo ingresó en un hospital estatal. Se las arregló para escapar de esta institución el tiempo suficiente para conseguir un arma y disparar sobre sí mismo. Otro hombre de la localidad a quien conocía Norman, dijo que estaba contento de que hubiera sido excomulgado porque así él podría “empezar desde el principio”. A pesar de estas positivas palabras, él se mató en un momento de desaliento.

Norman se sintió aliviado la pensar que había renunciado a su puesto de profesor. Un abogado con el que habló, estuvo de acuerdo con él en que, en una comunidad fuertemente mormona como Mesa, ser excomulgado tiene consecuencias sociales y profesionales definitivas. “Hasta que uno no está ahí, no entiende lo que es perder totalmente la dignidad al ser humillado en público de esa manera”, dijo. “Tendrías que tener apoyo para superarlo. Y eso te vuelve loco. Eres leal a la organización. Piensas en todo el tiempo, todo el dinero, todas las veces que te has puesto a cumplir con tu deber, y es como si nada de esto importara. Te sientes tan traicionado, tan engañado”.

“Cuanto más pensaba en ello, más me percataba de que lo que habían hecho estaba mal”, dijo. “Me daba cuenta de qué manera me estaba afectando siendo yo inocente. ¿Y si hubiera sido culpable de lo que me acusaban? Enseguida entendí cómo alguien podía llegar a una depresión tan fuerte como para querer estar fuera de este mundo. Muriel me apoyaba tanto como podía, pero ¿cómo me hubiera sentido si ella me hubiera dejado o hubiera formado parte de las personas que pensaban que tenía lo que me merecía? Yo sabía que era inocente, lo que me enfureció mucho, y probablemente fue lo que me salvó”.

El dolor punzante no desapareció; y unos seis meses más tarde, un amigo que le llamó, diciéndole que sintonizará el programa de Phil Donahue en la TV. Una de las invitadas del show era Marian Guinn, una madre de cuatro hijos divorciada, y un miembro de la Iglesia de Cristo de Collinsville. Ella había tenido una aventura con Pat Sharp, el ex alcalde de la pequeña ciudad de 3.500 habitantes. Cuando los tres ancianos presidentes le hicieron frente, ella admitió el romance entendiendo que su confesión sería confidencial. Sin embargo, insistieron en que ella confesase ante la congregación. Ella se negó. Le dieron un ultimátum. Si “no confesaba públicamente en dos semanas, harían una declaración formal ante la congregación denunciando su “fornicación “y pidiendo a los miembros que ‘retirasen su hermandad’ con ella”. Guinn testificó: “Hice todo excepto ponerme de rodillas, suplicándoles que no llevasen esto ante la congregación ... No estoy diciendo que no fuera culpable. Lo era. Pero no era asunto suyo”. Ella renunció a la iglesia, pero los ancianos se negaron a aceptarlo, anunciando que “ella seguiría siendo miembro hasta que la expulsaran”. Ellos leyeron el anuncio, denunciándola por “fornicación”.

Ella presentó una demanda de $ 1.3 millones en contra de la iglesia y los tres ancianos por la invasión de la privacidad y la angustia emocional. El alegato de su abogado fue: “El era un hombre soltero. Ella era una mujer soltera. Y esto es América”. La posición del abogado de los ancianos fue: “Es es la creencia de cada denominación, que yo sepa, que uno simplemente no puede ir por ahí haciendo esas cosas”. El jurado estuvo de acuerdo con Guinn y le otorgó $ 390.000 por daños; especificaron daños adicionales, pero ambos abogados acordaron un máximo de $ 390.000.[8]

Norman escuchó con atención, frustrado de que el show abordara tan superficialmente la situación legal de la señora Guinn. Sin embargo, fue suficiente para que uniera algunas piezas. Acompañado por Clyde Harmon, Norman voló a Tulsa, Oklahoma, consiguió una transcripción de los procedimientos judiciales, y se reunió con el abogado de Guinn, Thomas Frasier. Cuando Frasier leyó la carta de la presidencia de estaca, él levantó la vista del papel y dijo simplemente, “Te difamaron. Ponlos al descubierto. Yo te ayudaré en lo que pueda”. También añadió, “nunca llevaría otro de estos casos de nuevo. No puedes creer el correo amenazante que se recibe”.

Norman volvió a Mesa y consultó con un abogado, pero actuó como su propio abogado. El 13 de diciembre presentó una demanda contra la Iglesia y contra el presidente Beazer sobre la base de que había solicitado que se suprimiera su nombre y en su lugar le habían sometido a un tribunal de la iglesia “ilegal” en una acción difamatoria que dañó su reputación de honestidad, integridad y moralidad, que el presidente Beazer le había calumniado en el tribunal, mediante acusaciones “falsas, maliciosas y difamatorias” de “conducta ilícita, inadecuada, e inmoral”, había violado su privacidad, le había colocado “en una desmerecimiento ante la opinión pública”, y que había lesionado permanentemente su “reputación, sus negocios, así como su posición ante la comunidad” al hacer un anuncio público a los oficiales de barrio que circuló rápidamente por toda la comunidad. Norman argumentó, además, que la acción era “extrema e indignante y hecha intencionada e imprudentemente” y que por lo tanto le había causado “angustia emocional”. Estos actos lo expusieron, dijo Norman, “al desprecio público, el odio y el ridículo” y había “ennegrecido y herido” su reputación”.

Pidió 6 millones de dólares en daños directos y 12 millones de indemnización por daños y perjuicios. El calculó esta suma de 8 de millones debido a los dieciocho hombres (su obispado, presidente de estaca, y doce miembros del sumo consejo) que habían participado en la difamación.

Irónicamente, el caso fue asignado al juez del Tribunal Superior David Roberts, primer consejero Beazer. Roberts se auto inhibió el 11 de enero de 1985, alegando que conocía el caso.

En declaraciones a la prensa, Hancock, un hombre reflexivo de modales apacibles, explicó de forma coherente que no sentía ningún rencor hacia la Iglesia ni hacia Beazer, pero que lo que había sucedido era incorrecto. “No quiero destruir la Iglesia, pero creo que tengo algunos derechos que han sido violados. ... Yo sólo quería salir de la Iglesia y que me dejaran solo. (...) No me dejaron salir de la Iglesia cuando lo solicité sin etiquetarme. Esa es una cruz difícil de llevar”. Afirmó su inocencia, repitiendo que “no violé ninguna ley de la Iglesia”. Su propósito era obligar a la Iglesia a “reevaluar [sus] procedimientos judiciales”. Será una iglesia mejor ... cuando dejen que Dios sea el juez de la conducta de un hombre”. Señaló: “El término ‘excomulgado’ en sí mismo es perjudicial para mi reputación entre mormones y no mormones, ... porque supone que alguien es malo o ha hecho algo malo. Yo sólo quería salir de la Iglesia que me dejaran solo”.

Una indicación de las suposiciones que se hacen sobre un Mormón excomulgado apareció en una carta al editor del Latter-day Sentinel por un hombre de Tucson:. “¿Quién realizó los actos que causaron su excomunión? Sin duda, nadie excepto a él mismo ¿Pensó él en el estrés que estaba causando cuando hizo lo que hizo? ... ¿No fue él quien efectuó las cosas que llevaron a todo esto? Tengo una opinión sobre los hombres de este calibre”.[9]

Este hombre probablemente no es el único que cree que la disciplina eclesiástica se producirá únicamente como resultado de las malas acciones del miembro y que no hay ninguna posibilidad de que los líderes puedan haber cometido un error. Norman también sufrió las sutiles consecuencias de los miembros que habían estado inactivos durante años que ahora eran “de alguna manera mejor de lo que yo era” porque ellos eran miembros todavía. Con palabras alentadoras, otro lector salió en su defensa:

No conozco todas las circunstancias que han llevado a que esto ocurra, pero sí sé que este hombre necesita nuestra compasión y comprensión y no nuestro juicio y escarnio.

Tuve el privilegio de trabajar un corto período de tiempo para el Sr. Hancock cuando él era maestro en la escuela Longfellow Elementary. Era un gran ejemplo para mí y me dio la confianza y el deseo que necesitaba para seguir trabajando y lograr mi título de maestra. Después fui ricamente bendecido al trabajar bajo su dirección en el programa de las Mujeres Jóvenes.

Tengo una gran cantidad de amor y respeto por él junto con el deseo de verle un día entrar de nuevo en la Iglesia.[10]

Alrededor de cincuenta personas llamaron a la casa de Hancock, todos excepto dos o tres le expresaron su apoyo. Desde Salt Lake City, el portavoz de la Iglesia Don LeFevre sugirió que Norman estaba creando una tormenta en un vaso de agua: “Se trata de una formalidad”, dijo a un reportero. “El individuo ni siquiera tiene que estar allí [en el tribunal] si él no quiere. ... Suena como que el hombre hizo una petición, se le concedió la solicitud, y consiguió el resultado que buscaba”. LeFevre no respondió a las otras cuestiones planteadas por Norman sobre su reputación o sobre la insistencia Beazer de que a Norman no se le permitía simplemente salir, sino que tenía que ser expulsado.

El 2 de enero de 1985, Kent E. Turley, el abogado local contratado por la Iglesia y el presidente de la Estaca de Phoenix Arizona, presentaron una moción para desestimar la demanda de Hancock con el argumento de que era “vaga” y porque “los tribunales civiles carecen de jurisdicción en lo que a disputas religiosas se refiere”. Argumentó que: “ ‘Los asuntos del tribunal ilegal de la iglesia y la pretendida excomunión son claramente un asunto de disputa eclesiástica, la cual no es un tema apropiado para los tribunales civiles ... [El Tribunal Supremo de los EE.UU.] dictaminó en 1976 que sería una violación constitucional lo suficientemente profunda dentro de una iglesia jerárquica, permitir a los tribunales civiles investigar con el fin de decidir ... la política de la iglesia en el ámbito de la legislación religiosa”. ‘Un fallo de 1.952 de la Corte Suprema de California sostuvo que un miembro de la iglesia hace “un contrato implícito que, a cambio de los beneficios de la membresía, él se someterá a su control y se regirá por sus leyes y costumbres”. Tal interferencia “constituiría una violación de la cláusula del libre ejercicio de la religión”, tal y como se garantiza en las constituciones de Arizona y de los EE.UU. En suma, Turley no estaba respondiendo a los cargos de invasión de la privacidad, difamación, e imposición intencional de angustia emocional, sino más bien se centró en la cuestión de la jurisdicción, de si el tribunal civil tenía “autoridad para investigar si el tribunal de la Iglesia se llevó a cabo de manera ilegal o si la excomunión era válida”.

Norman se opuso categóricamente a estos argumentos, ya que los mismos casos que Turley había citado incluían una cláusula para que los tribunales pudieran intervenir cuando los derechos civiles o de propiedad fueran invadidos y también que la membresía continua era un acuerdo mutuo entre el miembro y la Iglesia, y no una decisión unilateral de la iglesia. Había un gran número de casos en los que los tribunales civiles habían intervenido en asuntos religiosos cuando estas directrices se habían violado. Norman presentó una demanda enmendada que amplió los derechos civiles que se habían violado: la privacidad, la calumnias e injurias, la imposición intencional de angustia mental, asalto y detención ilegal. Ninguna iglesia podía reclamar inmunidad legal para la comisión de tales actos sólo por el hecho de ser una iglesia. Denunció, además, que la Iglesia había violado sus propios procedimientos al excomulgarle.

Hacia finales de enero de 1985, Kenyon Udall de Thatcher, Arizona, en aquel entonces Representante Regional, llamó a Norman. Sus padres habían servido juntos en un sumo consejo y él le ofreció sus servicios como amigo de la familia, diciendo: “Quiero ayudar a aclarar esto”. Norman inicialmente recibió esta oferta con frialdad ya que asumió que Udall estaba actuando como intermediario en representación de Turley y Oscar McConkie, el abogado de la Iglesia en Salt Lake City. Norman estaba dispuesto a discutir el caso con él, y cuando Udall le pidió que fuera a su casa, Normal le concertó una cita de buen grado. Norman estaba preparándose para presentar su respuesta a la moción de Turley y para proporcionar más detalles sobre la gravedad de la invasión de su privacidad. Como muestra de buena fe, mostró el documento a Udall y le comentó sus planes de presentar la enmienda al día siguiente.

Udall le pidió que lo pospusiera un par de semanas, y le aseguró que buscaría una forma de resolver el problema. Pero que Udall comenzase a negociar un acuerdo para rebajar la cantidad de dinero, fue la última gota.

“No quiero su maldito dinero!” Estalló Norman. “Quiero llamar vuestra atención”.

La luz se encendió para Udall. “Veré lo que puedo hacer”, prometió. Más tarde le dijo a un reportero, “Al principio tenía miedo de que se hubiera ido para hacer daño a la Iglesia, pero el que no quería eso. ... Él está emocionado [por la misión de su hijo Juan] -al igual que lo estaba yo cuando mi hijo se estaba preparando para ir a servir. Yo no creo que tenga ningún resentimiento en contra de la Iglesia”.

Norman le dio una copia de la demanda corregida, y Udall la envió a McConkie. Cinco miembros del Quórum de los Doce y Robert D. Hales, ahora un apóstol, pero entonces presidente de la zona Suroeste de América del Norte, aprobaron un arreglo: a cambio de abandonar la demanda, la causa por la que Norman había salido de la Iglesia se archivaría como realizada a petición propia y su nombre se “retiraría”; no sería “excomulgado”. Unos pocos días más tarde, Udall llamó con júbilo para decirle, “McConkie  y yo lo hemos conseguido”.

Norman le pidió a su hijo John que lo acompañase a la reunión con Turley en Phoenix. Turley le mostró una carta recién escrita de Duane Bearer y los demás miembros de la presidencia de estaca anunciando: “La decisión del tribunal es que su nombre sea borrado de los registros de la Iglesia como usted solicitó”. El resto de la carta era esencialmente idéntica a la primera y se fechaba el 4 de marzo de 1984, la fecha del tribunal original. En una casi-humorística pieza de teatro, Norman firmó una carta retirando la demanda, entonces cada hombre recogió su respectiva carta, extendiéndola a la vez al otro con una mano y tomando con la carta del otro la otra, y luego simultáneamente liberando el primer documento. El tribunal decretó su sobreseimiento el 21 de febrero.

Turley no habló con los reporteros de los periódicos de Phoenix y Mesa, pero su ayudante declaró que “la Iglesia está muy satisfecha en la forma se ha resuelto”. Sin embargo, le dijo a un reportero del periódico Mormón Latter-day Sentinel que el caso no constituía un precedente: “No se han hecho cambios al Manual de Instrucciones de la Iglesia y en cuanto a si el procedimiento va a cambiar es pura especulación”.

Norman lo vio de forma diferente y, como después resultó, con mayor precisión. Sintiéndose muy aliviado y exculpado por el resultado, Norman dijo a los periódicos locales que el resultado era “mejor de lo que esperaba. Esto vale más que el dinero para mí”. Elogió a la Iglesia por su imparcialidad y subrayó, “Esperamos que cualquier persona que quiera salir de la Iglesia utilice esto como un precedente sin pasar por el proceso de excomunión”. Él puso sus sentimientos en un corto ensayo personal:

La primera señal de tiranía es obediencia ciega 

La libertad personal no es un regalo sino un derecho. Cualquier acción que ponga en peligro ese derecho debe agitar la indignación más profunda en el alma de un hombre.

Mi disputa con la Iglesia mormona no era una acción en contra de algo, sino una defensa para proteger estos derechos.

... El sistema judicial estadounidense y la libertad de prensa han defendido una vez más al débil contra el fuerte en un caso claro de violación de la libertad personal.

Este demuestra claramente y en lo sucesivo que vale la pena luchar por la justicia sin importar el sacrificio. Debemos defender esta justicia, incluso si tenemos que defenderla solos.

Norman habló en una reunión sobre la libertad religiosa que se celebró en Detroit, Michigan, en noviembre de 1990 recibiendo un aplauso tumultuoso. Muriel obtuvo un aplauso especial cuando Norman le pidió ponerse de pie, Más tarde, un hombre de Alabama preguntó: “¿Por qué no se fue simplemente en lugar luchar contra la Iglesia?” Norman respondió: “Creo que he sido muy claro. Hay que defender la justicia”. En ese momento, un hombre detrás de él, de Checoslovaquia, dijo en inglés deficiente”, lo entiendo. El miedo está arraigado desde la infancia. No puedes irte. He estado en una situación donde sabes que no hay justicia”.

Ahora, trece años después, el dolor y la rabia han desaparecido, dejando en su mayoría buenas sentimientos. Norman afirma su respeto por su herencia mormona y se enorgullece de sus hijos activos, pero está convencido de que tomó la decisión correcta permaneciendo al lado de la justicia. El afirma con un profundo sentimiento, “Mi esposa estaba a mi lado. Ese ha sido mi mayor apoyo”.  Y Muriel dice, “No lo lamento. Ahora poseo una libertad que nunca tuve cuando estaba en la iglesia”. Por otra parte, habían logrado su objetivo de mantener la solidaridad familiar. “Somos una familia muy unida, nuestros seis hijos y sus cónyuges, y más de veinte nietos”, dice orgullosa con su voz suave y tierna. “Todos nos respetamos unos a otros”. En gran parte esta unidad es debida al acuerdo de todas las partes de que la discusión de sus sentimientos personales sobre la Iglesia está fuera de lugar. “Estamos orgullosos de que todos nuestros hijos tengan llamamientos y estén sirviendo. Los apoyamos. Apoyamos a nuestros nietos y nunca hablamos de nuestras diferencias con la Iglesia con los nietos”, dice Norman. “Tenemos una muy buena relación con todos ellos. Los que están en la ciudad vienen todos los domingos. Administro inversiones para todos ellos. Hemos ido toda la familia de vacaciones. Valoramos nuestro tiempo juntos. Pero nunca vamos a la iglesia con ellos, y ellos no nos preguntan sobre ello”.

Un momento difícil se produjo en mayo de 1990, cuando John, su hijo más joven, se casó en el Templo de Mesa, y no pudieron asistir a la ceremonia. “Los mormones gastan millones en decirnos que son una organización orientada a la familia en los anuncios que publican todos los días en la televisión”, señaló Norman, “pero no lo son porque lo veo cada vez separan a las familias”. ... Ningún padre, independientemente de su fe religiosa, debería de ser excluido de ver a sus hijos casarse”.

“La gente me pregunta si alguna vez volveré,” reflexiona Norman. “Por lo general suelo dejarlo pasar con una broma, les digo que pelee muy duramente para salir. Pero es algo más profundo que eso. No sé si alguna vez volveré. No puedo ver cómo podría confiar en nadie más. ¿Por qué iba yo a querer estar en una posición en la que las personas tienen un control total sobre mí? ¿Desde cuándo los hechos no importan? “

Tratar con el resto de la familia ha sido lo más doloroso. “Otros parientes en nuestras reuniones familiares o funerales, etc., sienten que me tienen que corregir. Mi tío me dijo el año pasado que estaba equivocado al demandar a la Iglesia. Le dije: ‘Si me equivoqué, ¿cómo es que se echaron atrás? ¿Cómo es que se modificó el texto de la carta? ¿No significa eso que yo tenía razón? ‘ Yo entiendo por qué quieren arreglar las cosas, pero no retrocedo y al cabo poco tiempo ellos lo aceptan”.

Para él es motivo de gran satisfacción que su familia esté unida, que su negocio haya ido bien económicamente, que él y Muriel disfruten de una buena salud y de una estrecha relación, y que hayan hecho un nuevo círculo de amigos. “Las personas quieren más o menos suponer que tu vida se desmorona cuando sucede algo así”, comentó. “No es así”. Él incluso filosofa sobre el hecho de que Duane Beazer fuera llamado como presidente de misión. “Conozco los negocios. Una organización tiene que proteger a sus dirigentes”.

De forma inesperada, empezó a recibir llamadas telefónicas de todo el país de los mormones con problemas que también quería renunciar a su membresía sin ser excomulgados, más de mil, según sus cálculos, en los últimos quince años. De buen grado compartía con ellos las lecciones que había aprendido por experiencia y ayudó a redactar cartas de renuncia. “Cuando sólo quieres salir”, explicó, “no es correcto que tengas que soportar a alguien diciendo:” No, no puedes renunciar. Vamos a echarte. Vamos a darte una patada.’ Para ellos es una manera de decir, “Todavía tenemos el control. Somos los que tienen el poder, no tú”. Recordó, “He oído un montón de historias de horror. No sé si creerlas todas, pero realmente he oído algunas que rompen el corazón”.

Una de estas personas era un sumo sacerdote en Utah que creía que algunas prácticas de su quórum eran “injustas”. Se reunió en privado con sus líderes de la estaca en enero de 1984 y le prometieron que las cosas serían corregidas. Para marzo, cuando no se habían producido cambios, se abstuvo de ofrecer un voto de sostenimiento durante la conferencia de barrio. Una vez más los líderes de la estaca le aseguraron que tomarían medidas correctivas. Una vez más, no se hizo nada. Esta vez, le escribió a las Autoridades Generales describiendo las circunstancias y dejando registrado sobre el papel su voto de oposición. Para su sorpresa, fue excomulgado inmediatamente basándose en una carta escrita por una mujer que afirmó que había cometido adulterio con ella. No se le permitió ver la carta. Nunca se la leyeron. No se le permitió enfrentarse a la testigo, o hacerle cualquier tipo pregunta. Uno de los amigos de su esposa le dijo que la mujer había vuelto a ir a los líderes y trató de retractarse de su declaración, pero no se lo permitieron. Hizo un llamamiento a la Primera Presidencia, pero la Primera Presidencia sostuvo el presidente de estaca que instruyó a “todo el mundo en mi barrio no para que hablara conmigo”. Incluso amenazaron con no tramitar los papeles para la misión de su sobrino si visitaba a su tío.

Otro individuo se había unido a otra iglesia cristiana y le dijo a su obispo que “simplemente me gustaría dejar de ser un miembro de la Iglesia SUD”. A pesar de que unirse a otra iglesia era considerado entonces un motivo razonable como para tramitar su solicitud, el obispo fue más allá al aconsejar a su mujer de treinta y siete años que lo dejara ya que “era un apóstata condenado”. Sus antiguos amigos le LDS le rechazaron, siguiendo el consejo de líderes de la Iglesia de no asociarse o hacer negocios con un “apóstata”.

Norman también ayudó de buen grado a muchas personas a redactar cartas de renuncia y se alegró cuando les informaron de que su acción había sido aceptada. Una de esas cartas “modelo” que conseguían el efecto deseado decía:

Esta carta es una notificación formal para usted y para su Iglesia de que yo [11] y mis hijos hemos renunciado a ser miembros de su iglesia, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y en lo sucesivo nos negamos y renunciamos a cualquier contacto con la misma. Por lo tanto, no tiene derecho a tener nuestros nombres en los registros de miembros de su iglesia. Por lo tanto, solicito que me envíe una notificación por escrito de que nuestros nombres han sido eliminados de los registros de su iglesia y que dicha comunicación incluirá un reconocimiento concreto de que:

1. Hemos renunciado, por propia voluntad, a ser miembros de su iglesia y hemos renunciado a toda creencia en la mismo y todo contacto con la misma.

2. Habiendo eliminado nosotros mismos nuestra membresía de su iglesia, no estamos sujetos, por lo tanto, a ella de ninguna manera, y por lo tanto no estamos expuesto ni sujetos a ninguna excomunión o cualquier otro procedimiento similar y, por lo tanto:

3. No hemos sido excomulgado o expulsados ​​de su iglesia, pero:

4. Nosotros ya no son miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y nuestros nombres se han eliminado de los registros de la membresía de la iglesia específicamente por la razón y la única razón de que hemos solicitado su eliminación.

Por favor, comprenda que ya no somos miembros de su iglesia, por nuestra propia elección y acción como se ha indicado anteriormente. En consecuencia, se debe escribir en los registros de ex-miembros del barrio:”. Se les ha retirado la membresía. Por favor, elimine los nombres de las cédulas de miembro” y envíelo de inmediato al departamento de membresía de la sede de su Iglesia.

Los tribunales de la iglesia son para los miembros de la iglesia. Ya que por nuestra propia elección y acción de renuncia ya no somos miembro, la convocatoria de cualquier tribunal de la Iglesia con respecto a nosotros sería una acción totalmente inapropiada e injustificada, la cual yo consideraría como una difamación deliberada de nuestro buen carácter y reputación, para lo cual buscaría la apropiada reparación por parte de usted personalmente y de la Iglesia corporativamente a través del debido proceso legal. Además, la prensa de circulación nacional e internacional recibirán aviso del tratamiento de que hemos recibido. ...

Espero que esta carta no le haya parecido hostil, ya que sin duda no tenemos ninguna malicia personal hacia usted ni hacia ningún miembro de su Iglesia. Sin embargo, todos los esfuerzos de los maestros orientadores, las maestras visitantes, o cualquier otro representante de su Iglesia para ponerse en contacto con nosotros en persona o por teléfono serán consideradas un intento de anular mi libre albedrío, y una invasión nada deseable de nuestra privacidad.

Puede estar seguro de que soy muy consciente de nuestros derechos en virtud de la Constitución y las leyes de nuestro país con respecto a todo lo dicho anteriormente, y estoy dispuesto a emprender acciones legales si fuera necesario para asegurarlos. Confío, sin embargo, que esto no será necesario; que su respuesta será rápida (treinta días deberían ser más que suficiente) y su contenido como el que se describió anteriormente.

(Firmada por el individuo y por separado por cada niño)

Darla Tarrant

Simultáneo al calvario de Norman y Muriel fue el de Darla Tarrant de Holladay, Utah, que estaba haciendo su tercer intento en quince años para que su nombre fuera borrado de los registros de la Iglesia.[12] Tarrant, que había crecido en Provo, comenzó a dudar de las pretensiones de la iglesia de ser verdadera cuando era una adolescente. Se mostró especialmente preocupada por la actitud de la Iglesia hacia las mujeres. Era enfermera y había trabajado durante dieciséis años en el hospital de Cottonwood en Salt Lake City, donde trabajó como coordinadora clínica de la unidad médica y estableció la primera unidad de enfermería de atención primaria en Utah, luego sirvió como enfermera jefe de la unidad médico-quirúrgica en el hospital de Veteranos de la Administración y como oficial en el Nurses ‘Association Utah. A finales de la década de los 60 cuando tenía unos treinta años, pidió que su nombre fuera eliminado de los registros. Su obispo no tomó ninguna acción. Unos años más tarde, lo intentó de nuevo. Esta vez le dijeron que “no podían encontrar mis registros de miembro”. Como resultado, ella “pensó que el esfuerzo necesario ... no valía la pena. ‘Me enfadé con lo que había pasado y me di cuenta de que era inútil y traté de olvidar”.

Entonces, en 1984, Tarrant, entonces una viuda de cincuenta años de edad, se enteró que padecía cáncer de ovario terminal. Uno de los asuntos pendientes que no quería dejar detrás era su membresía de la Iglesia Mormona.

“Es por el mismo motivo por el que no me gustaría ver mi nombre incluido en la lista de miembros del Ku Klux Klan o del partido nazi. Siento lo mismo por la Iglesia, ‘dijo Tarrant”. He vivido aquí en un estado donde he experimentado la opresión que sufren las mujeres por parte de la Iglesia”. Y añadió: “Yo no quiero que piensen que yo creo lo que los creyentes creen. Porque soy una feminista, lo que es una declaración política, también”. Ella describió su frustración al sentirse “atrapada en una trampa ... porque es algo que quiero hacer antes de morir”. Ella sabía de otras personas que también querían salir, pero que no lo “harán porque no quieren pasar por la humillación y los inconvenientes de salir. ... [Pero] cuando se llega a cierto punto, eso ya no te molesta. Tú simplemente haces lo que tienes que hacer”.

No había estado activa en la Iglesia desde hacía treinta años, pero se puso en contacto con Arthur Ford, obispo de Holladay, primer barrio de Salt Lake City. Lo primero que él le dijo fue que no podía encontrar su cédula de miembro. Más tarde le dijo que la habían encontrado, pero que figuraba su nombre de un matrimonio anterior y que tendría que ser enviada a la oficina de la administración. Tarrant pensó “ellos lo están postergando y esperando a que muera y de esta manera se desharán de mí. ... Si hubieran tenido algo de compasión o bondad, podrías pensar que aceptarían mi solicitud”. Este fracaso, pensó, “refleja una actitud paternalista y condescendiente,”. Exasperada con la inacción, escribió una carta que fue publicada en el Salt Lake Tribune el 8 de febrero de 1985, que describía sus experiencias y expresaba sus sentimientos:

Soy una mujer de mediana edad, enferma terminal de cáncer. Dado que no tengo ninguna esperanza de recuperación, he estado resolviendo mis “asuntos pendientes” desde el pasado septiembre.

En ese momento contacté con un obispo para solicitar la excomunión formal por parte de la Iglesia SUD, dado que esa es la única vía de disociarme a mí misma de la organización.

Presenté mi solicitud por escrito y hemos contactado a intervalos frecuentes desde entonces sólo para que me dieran excusas vagas. En mi última llamada, le pregunté qué es lo que habían hecho y me dijo: “Nada”. Le pregunté por qué y su respuesta fue: “Simplemente porque no lo hice”.

Creo firmemente que esta actitud refleja el sesgo predominante de la Iglesia de que las mujeres no tienen opinión propia y que no son competentes para tomar sus propias decisiones sobre sus propias vidas.

No he asistido a la iglesia durante más de treinta años y he solicitado la excomunión tres veces a tres obispos diferentes durante los últimos diez años con la misma respuesta condescendiente de ignorar mis deseos.

Por mi experiencia personal, conozco muchas personas que son no creyentes y no participantes y son contados como miembros de la Iglesia SUD. Esto me lleva a creer que es muy probable que esas infladas listas de miembros estén llenas de miles de personas que también están incluidas entre el rebaño de forma reacia. De hecho, parece que el computo del rebaño de la Iglesia es una farsa y una broma.

Viendo que, una vez más, se me niega la excomunión, deseo proclamar públicamente que mi continuidad forzada en la membresía es moralmente repugnante para mí y es extremadamente discordante con mi sentido de la dignidad y los valores personales.

Esta carta atrajo una considerable atención, y ella informó en una breve reseña de un periódico: “Pensaba que sería acosada, pero sucedió todo lo contrario. Recibí muchas cartas maravillosas de personas que han pasado por lo mismo”. Dos semanas más tarde, el 22 de febrero de 1985, ella envió otra carta al Obispo Ford redactada aún con más fuerza y ​​explicando vehementemente en detalle sus objeciones a la Iglesia:

Esta carta es para informarle de que por este medio renuncio a la Iglesia Mormona y demando que mi nombre sea borrado de los registros. ... Tenga en cuenta que tomo este paso por el poder mi libre albedrío y bajo el derecho a la libertad de religión garantizada por la Constitución de los Estados Unidos.

Insisto en que el registro y la carta que reciba notificándome que mi nombre ha sido borrado ... muestren que la única razón por la que mi nombre ha sido eliminado es que yo he insistido en que sea así, como un acto de renuncia.

Como ciudadano de los Estados Unidos, tengo el derecho constitucional a renunciar y voy a proceder con acciones legales contra usted personalmente y contra la Iglesia colectivamente si hacen cualquier cosa para difamar mi buen nombre y me causan alguna pérdida de mi reputación debido a su falta de cumplimiento con esta carta de renuncia sin demora.

Ella expresó enfáticamente su opinión de que José Smith “no era un profeta, sino un estafador” y denunció a “la llamada iglesia” como “un culto misógino construido sobre la mentira y la intimidación. El patriarcado no es más que un manojo de acosadores e intolerantes seniles que elevan sus egos a base de mantenerse sobre las espaldas de las mujeres a quienes consideran sólo como criadoras y servidoras”. Y concluyó:

Cualquier intento de los maestros orientadores, y las maestras visitantes u otros representantes de la Iglesia SUD de ponerse en contacto conmigo será considerado como una invasión de mi privacidad y una infracción de mi libre albedrío. No voy a participar en ningún tribunal de la Iglesia ni ningún juicio porque no tienen derecho a juzgarme.

Ella envió copias no sólo al obispo, sino también el presidente de estaca, al Obispo Presidente Victor L. Brown, Sr., a Saints Alive (organización de ex mormones), a la ACLU (American Civil Liberties Union), y a la Organización Nacional de la Mujer. En esta ocasión, ella se puso en acción:

Aunque insisten [en que] la carta no tuvo nada que ver, Ford ha concertado el tribunal del obispo para el 27 de febrero [de 1985]. ...

“Voy a aceptar su solicitud”, dijo Ford. “Sólo estoy haciendo los trámites para que su nombre sea borrado”. ...

Ford insistió en que el caso de Tarrant no se había llevado a cabo a propósito. “Fue hace sólo unos meses”, dijo en cuanto a su solicitud. “Yo ni siquiera tenía su cédula de miembro. Ni siquiera la conozco”.

El portavoz de la Iglesia Jerry Cahill, tras ser preguntado sobre la aparente falta de respuesta de la Iglesia, comentó que abandonar la Iglesia “es un asunto muy serio.... La Iglesia siente la responsabilidad de asegurarse de que las personas que contemplan dar este paso entienden lo que están haciendo. Es una decisión que tiene consideraciones eternas. No queremos hacer nada apresuradamente”. No especificó si quince años de intentos por parte de Tarrant constituían “tener prisa”.

El 1 de marzo de 1985 Darla Tarrant recibió una carta con una sola frase del obispo diciendo que “su solicitud de renuncia se ha concedido”. A pesar de que había estado inactiva durante décadas, se sentía “más libre que nunca antes en mi vida”. Murió dos meses después, en mayo de 1985.

Norman Hancock, que por aquel entonces ya había recibido más de cien llamadas telefónicas de apoyo, fue entrevistado acerca de este caso, y expresó su total solidaridad. Nunca conoció a Darla Tarrant, a pesar de que habló con ella una docena de veces por teléfono. Describió el procedimiento de los tribunales de la Iglesia como “un proceso devastador. ... Si tienen que asustar a sus miembros para que se queden, entonces hay algo que funciona mal. Es casi más fácil salir de Berlín [en aquella época todavía existía el muro] que salir de la iglesia mormona”. Él hizo una pregunta que hizo reflexionar a muchos, “Deberías poder decir que te vas por mutuo acuerdo. ¿Por qué tienen que ensombrecer tu nombre?”

Entre los partidarios de Tarrant, había miembros de Saints Alive, antiguamente ex-mormones para Jesús. De acuerdo con un artículo en Sunstone, Hal Jackson de Saints Alive “cree que el derecho a que el nombre de una persona sea eliminado de la lista de miembros de la Iglesia SUD es una cuestión de libertad de afiliación religiosa que está protegida constitucionalmente. Incluso el tener que pedir a la Iglesia que elimine tu nombre pone de relieve el hecho de que las autoridades aún tienen algo de control sobre la propia vida”. Sugirió que los mormones que quieran salir simplemente deberían declararse no miembros: “Si una persona por su libre albedrío puede unirse a cualquier iglesia, debería tener el mismo libre albedrío para renunciar ... Eso es sólo una cuestión de derechos y de sentido común... “ Saints Alive publicó un folleto de ocho páginas titulado Éxodo que detalla sugerencias de cómo eliminar un nombre de los registros de la Iglesia SUD. Una carta certificada, informa a tu obispo o presidente de rama, y ​​al presidente de estaca. Incluso se recomienda el envío de una carta al Obispo Presidente en la sede de la Iglesia SUD.[13]

Otro simpatizante fue John W. Fitzgerald, que había sido excomulgado en diciembre de 1972 por su oposición a la prohibición de la Iglesia de dar el sacerdocio a los hombres de raza afroamericana. El escribió una carta de apoyo a Darla Tarrant y a Norman Hancock:

La garantía de libertad de expresión, libertad de prensa y libertad de religión, expresada en la Constitución, también contiene con ella el concepto de libertad de la religión; que ningún individuo u organización religiosa puede coaccionar o forzar a nadie a unirse o permanecer en cualquier grupo religioso en contra de su voluntad.

Darla Tarrant ... escribió una carta… indicando que ella había escrito a tres obispos SUD en los últimos diez años solicitando que su nombre fuera borrado de los registros de su Iglesia. Sus peticiones fueron concedidas tardíamente.

…El pleito de Norman L. Hancock contra la Iglesia SUD por su posible difamación ... se resolvió fuera del tribunal cuando la Iglesia accedió a borrar su membresía sin la mancha de la excomunión, lo cual es muy real en las comunidades mormonas.

[Es hora de que la Iglesia eche] una buena mirada a su política de excomunión y su práctica de ignorar las solicitudes de personas que quieren tener sus nombres eliminados de los registros de su iglesia.

La Iglesia SUD es una pseudo democracia. Nunca pretendió ser una democracia como la que nosotros creemos, en donde los votos son secretos, y no es asunto de nadie cómo vota cada uno.[14]

Notas finales 

1 General Handbook of Instructions, 1983 (Salt Lake City: Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1983), 59.

2 ”Getting Out’ of the LDS Church,” Sunstone, April 1985, 52-53.

3 A menos que sea mencionado que es de otra manera, los detalles sobre el caso de Hancock han sido tomados de la entrevista con Norman L. Hancock and Muriel 0. Hancock por Lavina Fielding Anderson, el 8 de enero de 1994; Brent Whiting, “Ex-Mormon Sues Church for Millions,” Arizona Republic, 17 December 1984, B-i, B-2; Mike Padgett, “Mesan Enters Libel Suit against Mormon Church,” (Mesa) Tribune, 18 Dec. 1984; Associated Press, Phoenix, “Former Member Sues LDS for Defamation,” Salt Lake Tribune, 19 Dec. 1984; Mike Padgett, “Church Seeks Dismissal of Libel Suit,” (Mesa) Tribune, 19 Jan. 1985; Brent Whiting, “Mormons Ask Court to Kill Suit,” Arizona Republic, 13 Jan. 1985, B-i, B-5; Mike Padgett, “Mesan Drops Suit Against Latter-day Saints,” Mesa Tribune, 9 February 1985, A-22; “Mormon Suit Deal Approved,” Arizona Republic, 10 Feb., 1985, B-i, B-2; “Suit Dropped after Church, Ex-Mormon Reach Accord,” Deserec News, 10 Eeb. 19895, B-4; “18 Million Law Suit Dropped in Excommunication Case,” Latterday Sentinel, 23 Feb. 1985; Lawn Griffiths, “Parents Try to End Ban on Attending Mormon Wedding,” (Grand Junction, CO) Daily Sentinel, 7 July 1990, 1. Punctuation, spelling, grammar, and capitalization standardized.

4 “Ella y su esposo más tarde se divorciaron; ella completó una maestría, se volvió a casar y le está yendo muy bien”, dice Normal.

5 The post-suit version of this paragraph contains two variations: “ … steps toward returning to the Church … and you will be most welcomed”.

6 This last sentence was omitted from the post-suit letter.

7 The post-suit version of this paragraph contained the following rewording: “ … and our only purpose is to strengthen you …

8 Republic Wire Service, “Denouncing Mom’s ‘Sin’ Costs Church $390,000,” photocopy of unidentified newspaper clipping, 16 March 1984; “Marian and the Elders,” Time (magazine), 26 March 1984, 70.

9 Albert Christensen, ‘Who Brought on the Acts …?” Latter-day Sentinel, 12 Jan., 1985, 2.

10 Julie Jorgensen. Letter, ibid., n. d.

11 Los nombres han sido silenciosamente omitidos.

12 Darla Tarrant, “Seeks Excommunication,” Salt Lake Tribune, 8 Feb. 1985, A-17; Joan O’Brien, “Pair Tells of Frustrating Attempts to Resign from Mormon Church,” Salt Lake Tribune, 24 Feb. 1985, B-1, B-3; Associated Press, Salt Lake City, “Dying Woman Continues Fight to Get Off Church Rolls,” (Spokane) Spokesman-Review, 24 Feb. 1985, A-15; UPI, Salt Lake City, “Dying Feminist Wants to Get Out of the Mormon Church,” (Mesa) Tribune, 25 Feb. 1985, A-4; “Widow Manages to Free Name from LDS Rolls,” Salt Lake Tribune, 9 March 1985, B-6; “Darla D. Tarrant, Former Head of Utah Nurses
Association, Dies,” Salt Lake Tribune, 13 May 1985, D-2; “Excommunicated Man Sues Church,” Sunstone, April 1985, 52-53.

13 ”‘Getting Out’ of the LDS Church,” Sunstone, April 1985, 52; O’Brien, “Pair Tells of Frustrating Attempts,” B-3.

14 John W. Fitzgerald, “Freedom from Religion,” Salt Lake Tribune, F6 March 1985, A-17.

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